El Amigo del Esposo
Juan reconoció el misterio del Mesías, mas no Lo siguió y no se hizo su discípulo. No proclamó la venida del Mesías a través de todo el país; se limitó a dar testimonio de EI delante de sus propios discípulos y del pueblo en el lugar mismo donde bautizaba. Permanecerá en esta situación y seguirá bautizando, pasando simplemente de Betania del Jordán a Ainon, cerca de Salim, porque allí había aguas abundantes (Juan 3,23), es decir, por una razón que no tenía nada que ver con el anuncio del Mesías. ¿Por qué? Porque seguir al Cristo no correspondía a la vocación de Precursor ni a su misión.
El camino propio del Precursor exigía esta abnegación. Mensajero de la antigua y de la nueva Alianza, no experimentó la convivencia con el Señor Jesús en la tierra. Solamente Lo manifestó al mundo, mientras que él mismo se retiraba. Su proclamación de la penitencia y su bautismo de conversión preparaban el encuentro del Mesías que ya estaba presente, mas no todavía reconocido. Es como el catecumenado que precede, en nuestros ritos, al bautismo.
Juan no siguió al Cristo, sino en la persona de sus discípulos. Permaneció en su lugar con su conciencia de Precursor: EI Esposo tiene que crecer, y que yo disminuya (Juan 3,30). Estas palabras expresan toda la fuerza de la hazaña del Precursor, su abnegación, su decrecimiento voluntario, su humildad sin límites y activa. Esto se expresa en el último testimonio de Juan sobre el Mesías:
Algunos de sus discípulos dicen a Juan: El que estaba contigo del otro lado del Jordán, aquél de quien diste testimonio, está bautizando y todos se van a El. Juan responde y dice: Un hombre no puede recibir nada si no se le dio de los cielos. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: No soy yo el Mesías, pera soy enviado delante de él. EI que tiene a la esposa es el Esposo, y el amigo del Esposo está de pie (a su lado) y oye y se regocija de gozo por la voz del Esposo. Pues este gozo es mío en plenitud: El tiene que crecer y que yo, disminuya. Juan 3, 28-30.
En este último testimonio, el Precursor expresa palabras tan quemantes y amorosas que esas palabras pueden llamarse verdaderamente el himno del Precursor. Es el canto de amor para el Esposo. No es el Cantar de los cantares del Esposo para la Esposa, sino el Cantar del Amigo del Esposo. No es más la humildad que se rebaja, sino la humildad que triunfa en el gozo victorioso: es el triunfo del Precursor.
Juan enseña a sus discípulos como inclinarse ante la elección divina y recibir con sabiduría humilde su propia vocación. Luego, les descubre el gozo que llena su corazón, el gozo del Amigo del Esposo. EI "amigo del esposo" era la persona de confianza que estaba más cerca del esposo, pero se mantenía en su lugar inferior, y se mostraba fiel. Así, el servidor de Abraham, Eliezer, a quien se le confió buscar a una mujer para Isaac, hijo de Abraham, la encontró en la persona de Rebeca. Sin embargo, esta función habitual no es más que la corteza del sentido interior que tienen los símbolos más misteriosos y más vibrantes del Antiguo y del Nuevo Testamento. En estas palabras tan densas de Juan trasparenta el Misterio, el Símbolo del Cantar de los Cantares, del Salmo nupcial 45, de los Profetas, de la Epístola a los Efesios (5, 19-33) y del Apocalipsis (21-22).
El Esposo es el Cristo y la Esposa es la Iglesia, Juan está presente en esos misteriosos desposórios anticipados, los contempla no como un observador extranjero, sino como un amigo, el Amigo del Esposo. Su gozo no es un gozo egoísta, sino un gozo de amigo. Jamás en la Biblia se habla del "Amigo del Esposo": Juan es el único Amigo del Esposo. La Esposa es el pueblo elegido, la comunidad cristiana, la Iglesia universal, todo cristiano, y de manera especial y mistica, la Madre de Dios. Es el contenido de la Deisis: la Esposa y el Amigo están juntos con el Esposo.
EI Cantar de los Cantares conoce solamente al Esposo y la Esposa, no conoce al Amigo del Esposo. Habla del gozo y de la felicidad, de la unión de la divinidad con la humanidad, de la deificación de la naturaleza humana, mas no habla del gozo de la abnegación, de la muerte a sí mismo como condición de la unión divina; no habla del gozo victorioso de la humildad que es también el gozo nupcial del Precursor, del Amigo del Esposo.
El Amigo encuentra a la Esposa y la conduce al Esposo. EI Precursor es el hombre en su masculinidad superada y humillada hasta la abnegación de sí mismo. La humildad de la Esposa, que es la feminidad humana, mirada por el Señor Dios, se une a la humildad del Amigo del Esposo, del Amigo que se prepara en nombre de la humanidad para encontrarlo. EI encuentro del Esposo se hace con el amor de todo el hombre, en sus dos aspectos: femenino y masculino.
Lo que el alma del Precursor había llamado fuertemente, la que había llenado toda su vida, está ahora ante sus ojos. Y lleno del gozo de dejarse morir libremente en el amor, expresa su confesión de Precursor: El tiene que crecer y que yo disminuya y eso es el gozo en plenitud. No se dijo y no se puede decir de manera más simple, más completa, más fuerte, la palabra del amor que incluye el olvido de sí mismo.
Ser Amigo del Esposo es la vocación propia del Precursor del Señor, su servicio y su hazaña espiritual, pero es solamente su vocación propia? Tenemos diferentes formas de servicio: distinguimos los mártires, los ermitaños, los locos-en-Cristo, los obispos, las santas mujeres, etc. Sin embargo, existe una hazaña espiritual general y necesaria para cada uno en el camino de la salvación y que está incluida en las distintas formas de servicio. Toda alma humana que se une al Cristo en la Iglesia es desposada por el Cristo, que nace en ella, cumple en ella el eterno nacimiento de Dios y se une a ella en estas bodas espirituales que son las del Cristo y de la Iglesia.
La siempre Virgen, la Madre de Dios, es el prototipo de la Esposa. Igualmente, el Precursor, como Amigo del Esposo, es el prototipo de la entrada en la Iglesia, del esfuerzo humano que eso necesita. Cada persona humana que viene al Cristo, tiene que ser no sólo Esposa, sino también Amigo del Esposo, es decir, que debe pasar por la inmolación sacrificial de su yo psíquico, a veces maligno, y abandonar toda divinización de este yo, gustando de la muerte voluntaria que es el don de sí mismo. Si alguien quiere salvar su vida, la perderá; mas quien pierda su vida por Mi, la salvará, dice el Señor (MT 8,35).
Dice también: En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto; el que ama su vida, la pierde; el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna (Juan 12, 24-24). Cada persona que viene hacia el Cristo tiene que morir en su "yo", diciendo: "EI tiene que crecer en mi y yo decrecer y hacerme el Amigo del Esposo". San Pablo lo dice: No vivo yo, sino que es el Cristo quien vive en mi (Gal. 2, 20).
El Precursor es el testigo de la Teofanía, de la Manifestación de la Santa Trinidad en el bautismo del Cristo. Esta Teofanía, especialmente el descenso del Espíritu Santo, es un Pentecostés para el Cristo mismo en su humanidad, paro también es un Pentecostés anticipado para el Precursor, que es no solo profeta de la Antigua Alianza, sino evangelista de la Nueva Alianza. Solo el descenso del Espíritu Santo, la unción particular del Precursor, podía llevar su conciencia hasta una claridad plena. Por eso pudo cumplir este misterio, que la Iglesia canta así: Juan anuncio a los que están en los infiernos la venida del Dios que Se manifestó en la carne, levó sobre si el pecado del mundo y dio una gran misericordia.
El Cristo llamó a su testigo y Precursor: "Lámpara que quema y brilla" (Juan 5,35). Juan "no es la Luz, sino el testigo de la Luz" (Juan 1,8), la lámpara que no brilla por su propia luz. No solo refleja una luz que no es suya, sino que arde él mismo, se deja quemar y por eso ilumina. Juan no es definido aquí por su misión de Precursor, sino por su persona propia: arde a partir de la Luz, es decir de Dios, e ilumina por Dios "como una lumbrera de la Luz divina", un carbón ardiente del altar de Dios.
Eso lo acerca al mundo de los Ángeles. Se le llama el ángel terrestre, en el sentido de una presencia incesante ante la Faz de Dios y de una iluminación por el Espíritu Santo. Como hombre semejante a los ángeles, une en sí la plenitud de la naturaleza humana y la altura e intimidad divinas de la naturaleza angélica. Como Maria, más venerable que los Querubines y más gloriosa incomparablemente que los Serafines, Juan está por encima del mundo angélico, como lo muestran los iconos.
Como un acorde final de su maravillosa composición sinfónica sobre Juan, el evangelista Juan, su discípulo, dice: “... Jesús va de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se queda allí. Muchos van donde El y dicen: Juan no hizo ningún signo [milagro], pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad. Y muchos allí tienen fe en él. (Juan 10,40-42)
Así la simiente de la palabra de Juan lleva su fruto. En esas últimas palabras se expresa lo más característico de la persona de Juan: no era un taumaturgo en la humildad de su ministerio, mas era el testigo verdadero de la Verdad y en eso consiste su grandeza particular.
Muchos hombres hicieron milagros, Juan es tan grande que no hizo ningún signo. La obra de su vida fue un solo y único signo, su propia Persona, él mismo. El Amigo del Esposo en su humildad. Consagró toda su vida al Otro, El que viene.
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Hasta aquí el hermoso texto del Padre Henryk Paprocki profesor del Instituto San Sergio, me permito agregar que en estos días que nos preparan a Pentecostés, debemos meditar esa hermosa función de San Juan Bautista, el precursor, que muchas veces es olvidada por todos, y que particularmente en nuestro servicio a la Iglesia es tan importante. Es necesario que EL CREZCA y nosotros DISMINUYAMOS, como un auténtico paso espíritual para alcanzar la Theosis de nuestras almas.
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