ESCRITOS OTROS AUTORES


MONACATO ORIENTAL
P. Tomás Spidlik S.J.
1. Formas del Monacato Oriental
A pesar de diversas críticas y restricciones canónicas, la vida anacorética, solitaria, es considerada por muchos autores orientales como la más auténtica expresión monástica que corresponde al mismo nombre (monajós, quien vive solo: anajóresis retirarse del mundo). Ya los filósofos antiguos elogiaban la soledad como medio para dedicarse a la filosofía. Para Plotino la vida solitaria es la vida divina, que no se distrae con los sentidos. Entre los cristianos el teólogo del desierto, el gran defensor de la soledad es sobre todo Evagrio Póntico (+ 399) cuyas obras fueron leídas por los monjes. La triple soledad (de las cosas materiales, de las palabras y la soledad del corazón) fue expuesta por los hesicastas como programa de vida espiritual. La objeción, puesta ya por San Basilio, y a menudo repetida en los tiempos recientes, de que los monjes orientales habían olvidado el precepto de la caridad no es válida, para los verdaderos hesicastas. No eran sacerdotes, sino simples monjes, para quienes el fin de la vida era llegar a la unión con Dios por medio de la oración continua; por ello el monje era llamado monótropos (San Nilo), aquél que tiende a una sola cosa, a Dios.
Por otra parte, ya desde los comienzos del monaquismo aparece también la forma cenobítica (San Pacomio es contemporáneo de San Antonio). Los partidarios de dicha forma aducen las muchas ventajas de la vida comunitaria: el monasterio es la imagen de la Iglesia primitiva de Jerusalén, cuando la comunidad de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma (Act. 4, 32); en el cenobio hay una comunión de los bienes espirituales y de los carismas personales; el máximo obstáculo para la unión con Dios es la voluntad propia, que sólo se supera con la obediencia; en la comunidad es fácil hallar una dirección espiritual; se da además una santa emulación en el ejercicio de las virtudes; es verdad que la regla impone diversas preocupaciones, pero por otra parte elimina las preocupaciones mayores, las del mañana, el alimento, la vivienda; en el cenobio la vida es ordenada, todo se hace con discreción y mesura; la oración, el trabajo, la alabanza divina; la vida común es más fácil, adaptada a todos y no menos meritoria.
Por tanto, no sorprende que en Oriente hubiera partidarios polémicos de ambas formas de vida religiosa. La exposición de Casiano (Collationes, c. 19: PL 49, 1125s) está llena de serenidad y admite que en definitiva ambos géneros de vida son parciales. San Basilio (Regulae fusius tractatae, c. VII; PG 31, 928-933), al contrario, critica severamente a los anacoretas: el hombre no es un "animal solitario" zoón monastikón, sino koinobitikón, social: nadie se basta a sí mismo en las cosas materiales, ni tampoco en las espirituales: la vida solitaria contradice la ley de caridad fraterna: el solitario no puede observar todos los mandamientos de Cristo ni siquiera tiene la posibilidad de hacerlo; le falta la corrección fraterna, y por tanto está expuesto a las ilusiones; le falta el estímulo dado por los ejemplos de los demás, sus carismas no producen fruto, porque no se ponen al servicio de los demás.
En el curso de la historia la tendencia cenobítica prevaleció también en Oriente. En el siglo XI, Nicón de la Montaña Negra afirma que los padres no admiten más regla monástica que la de San Basilio. De perfecto espíritu cenobítico está también impregnada la Hypotyposis de los estuditas, que fue aceptada en todo el mundo bizantino como norma de perfección monástica. Por otra parte, ya en el siglo X en los mismos cenobios se tolera a los que se separan de la comunidad buscando la paz (esyjía) en las celdas separadas, en las grutas, en las cabañas. Fueron numerosos sobre todo en el monte Athos. El Typikon de Juan I (Tzimiskes) en 975 aprobó esta práctica, pero con ciertos límites. Muy pronto se escribieron Típicos para los solitarios (por ejemplo, de San Cristódulo para los hesicastas de la isla de Patmos), en que se determina la alimentación, la manera de orar, etc. En Rusia la vida eremítica floreció, sobre todo en los siglos XIV-XV, en los bosques a lo largo del Volga. A comienzos del siglo XVI surgió una áspera discusión entre los partidarios del estricto cenobitismo (José de Volokolamsk) y la tendencia eremítica (Nilo Sorskii). En el actual derecho oriental la vida eremítica, al igual que la cenobítica, se considera como una forma normal de vida religiosa. Aunque las antiguas prescripciones canónicas exigen que un solitario se haya antes formado en un monasterio del que dependerá después, existían y existen en Oriente diversas formas de vida eremítica. Los monjes que viven totalmente solos y en lugares desiertos se llaman anacoretas o eremitas. Sus moradas se llaman hesicasterios, eremeterios. Hubo en Oriente ascetas cristianos que pasaron su vida dentro de las cavidades de grandes árboles: se les dio el nombre de dendritas. Mucho más difundidos fueron los estilitas, sobre todo en los alrededores de Antioquía, Constantinopla, Tesalónica. Los reclusos (egkleistoi, zatvorniki) son monjes que se encierran en una celda para toda la vida o durante cierto tiempo. Fueron numerosos en Siria y en las islas del Mediterráneo (Chipre, Rodas...) Los silenciarios observaban el voto de no hablar con nadie, aunque vivían en medio de la comunidad, como por ejemplo, San Sabas el Joven (+1349) que observó el silencio durante 25 años llevando vida de peregrino. En los cenobios se observaba a menudo esta práctica en cuaresma o al acercarse la muerte. Hesicastas se llaman a menudo los que en el monasterio se separan de la vida común para dedicarse a la oración en soledad en los alrededores del monasterio.
Como es natural, entre el cenobitismo perfecto y el eremitismo rígido se hallaron a lo largo de la historia diversas formas intermedias. La palabra laura corresponde más o menos al latín vicus. A partir del siglo IV se usa, sobre todo en Palestina, para indicar las aldeas de los monjes. La más antigua es la de Farán, en el desierto de Judá, fundada en 323-330 por San Caritón. Las lauras consisten en celdas separadas, no muy distantes entre sí, con una iglesia en el centro. Los monjes gozaban de cierta independencia, siendo cada uno "higúmeno en su propia celda", como los llama San Sabas. Las grandes lauras fueron fundadas en el siglo V por San Sabas y San Eutimio. Pronto se difundieron por todo el mundo bizantino. En tiempos recientes laura es un título honorífico reservado a los grandes monasterios.
Skite (en eslavo skit) es una institución similar a la laura. El nombre evoca la vida que llevaban los antiguos ascetas en el desierto de Egipto: Scaetis. A diferencia de las lauras las celdas de una skite, que se llaman kalybai, son más distantes unas de otras y a menudo en lugares de difícil acceso. En el monte Athos una Kaliba es generalmente habitada por tres monjes. En total, hay doce skites, cuatro de las cuales se convirtieron en monasterios cenobíticos.
La "idiorritmia" proviene del griego idios ryzmós, una vida independiente. Al principio se consideró como vicio, pero luego se admitió como una forma legal. Algunos creen que este género de vida apareció en el monte Athos a fines del siglo XIV como una forma de decadencia del cenobitismo, otros, por el contrario, piensan que se trata de una unión entre los celiotas (habitantes de celdas separadas). Un monasterio idiorrítmico se compone de las "familias" de los monjes (no más de siete). El alimento lo reciben, en parte, del monasterio y, en parte, se lo procuran con su trabajo. Los monjes sólo en determinados días participan de la alabanza divina en la iglesia y de la mesa común. Tanto los canonistas como las autoridades jerárquicas consideran esta forma de vida como una relajación e intentan limitar el número de monasterios idiorrítmicos.
El nombre de sarabaítas es etimológicamente incierto. Son monjes que viven independientes de cualquier monasterio. Se consideran como una forma de decadencia del monacato, porque "se apartan de la comunidad de los cenobios y cada cual se preocupa de sus propias necesidades" (Casiano, Collationes, 18, 7: PL 49, 1093s).
En Occidente, ya en la regla de San Benito se insiste en la estabilidad del lugar para el monje. En Oriente, por el contrario, hubo desde el principio una gran libertad para escoger un lugar apto para la vida ascética. Pero muy pronto hubo sanciones canónicas para los que sin permiso del superior cambiaban de morada (por ejemplo, las leyes de Justiniano; cf. Novellae 3, 2; 5, 7; 123, 42); pero no fueron siempre observadas. En Oriente se ven diversas formas de monjes peregrinos. En la antigüedad cristiana se habla de los boskoi, pastores, errantes por lugares desiertos. Algunos no iban ni vestidos y se alimentaban de hierbas: herbívoros. Los monjes giróvagos, entre los bizantinos se llaman kaviotai. Entre los búlgaros existían los llamados taksidioti, o sea, monjes mendicantes, pero fueron prohibidos por la autoridad eclesiástica. Más fácilmente fueron tolerados los peregrinos (strannik) en Rusia, los cuales no raras veces recibían subsidio financiero del gobierno.
Ser expulsado de la propia patria se consideraba en la antigüedad como una de las más graves calamidades. Ciertos monjes, por el contrario, escogían libremente vivir en un país, cuya lengua ni siquiera conocían, precisamente para ejercitarse mejor en la soledad y en el abandono en la Providencia. Este género de ascesis se llama la xenitéia, xenía: fue practicado muy a menudo por los monjes georgianos. Fue también uno de los motivos por los que San Nilo fue a Grottaferrata, aun siendo de origen griego.

2. Naturaleza de la vida monástica
a) El monje, sucesor de los mártires.
En los primeros siglos de la era cristiana la cumbre de la perfección se expresó con el título glorioso de mártir. Pero ya San Ignacio de Antioquía advierte que no se concede a todos poder morir por Cristo en la arena; lo que sí se exige a todos es la disposición interna. El mártir confiesa la fe en Cristo con la muerte, pero todos nosotros -observa Clemente de Alejandría- estamos obligados a confesar dicha fe con la vida (Stromata 4, 4). En efecto, los primeros monjes buscaban el martirio, pero en vano; entonces Dios les mostró otro martirio, el de la "conciencia". La virginidad fue a menudo comparada a la muerte de Cristo. Muy pronto todos los títulos dados a los mártires se atribuyeron también a los monjes: también ellos son atletas de Cristo, milicia espiritual, "ejército" de los monjes. La profesión monástica, al igual que el martirio, se considera como un nuevo bautismo.

b) La vida monástica es la vida cristiana en su pureza.
Según el derecho canónico actual estamos acostumbrados a distinguir el "estado de perfección" del estado de los simples cristianos. Pero la distinción no cuadra bien en la concepción de los grandes fundadores de vida monástica en Oriente. El Sermo asceticus, atribuido a San Basilio (PG 31, 881 B), declara solemnemente que la vida ascética no puede tener otro fin que el común para todos los cristianos, es decir, la salvación de las almas. Por ello los autores espirituales escriben sus instrucciones para los "cristianos". San Juan Crisóstomo, de un modo algo polémico, asegura que la palabra "monje" ni siquiera se halla en la Sagrada Escritura (PG 47, 372). El título de las Reglas morales de San Basilio habla de lo que es propio de los cristianos. La instrucción de San Gregorio de Nisa al monje Olimpio habla de la perfección y de cómo tiene que ser el cristiano (PG 46, 256), puesto que hay una vocación común para todos: "llamarse cristianos". Por consiguiente ciertos autores, como por ejemplo San Basilio, no hacen la distinción entre los consejos y los preceptos, tan conocida por el derecho latino. El monje es aquel que quiere observar todos los preceptos del evangelio sin excepción. Pero ello no quiere decir que no conozcan los votos religiosos. A menudo se destaca la diferencia entre las virtudes del alma y las del cuerpo. Estas últimas no son las virtudes mismas (aretai o erga) sino lo que los latinos llaman instrumenta virtutum (ergaléia aretón) los medios para adquirir la virtud. El monje hace la profesión de usar esos medios. Todo cristiano está obligado a la pureza de la mente, a la renuncia al mundo, a la fe en la providencia. El monje quiere alcanzar este mismo fin usando como medio los votos de castidad, pobreza y obediencia.
De ahí se sigue que en Oriente la diferencia entre la espiritualidad de los religiosos, de los laicos, de los sacerdotes seculares fue siempre mínima o inexistente. Usaban los mismos libros, se les recomendaba el mismo modo de orar, y los mismos ayunos y abstinencias, según la posibilidades de cada cual. No raras veces los laicos devotos, antes de morir, recibían el hábito "angélico" de los monjes.

c) La vida angélica.
A pesar de que San Pablo llama a todos los cristianos conciudadanos del Paraíso (Flp 3, 20), el verdadero paraíso en la tierra es, según la terminología oriental, el desierto o, en general, toda la vida monástica. Los milagros característicos de los monjes confirman esta concepción (por ejemplo, los animales obedecen al hombre de Dios, el cual no siente ni frío ni el ardor del sol, etc.). En la terminología litúrgica y canónica de los bizantinos el biós angelikós significa exclusivamente el estado monástico. Por ello a menudo los santos monjes conversan visiblemente con los ángeles, y son protegidos y asistidos por ellos. Su vida imita la de los espíritus puros.
La virginidad es la virtud angélica, como insinúa la misma Escritura: después de la resurrección los hombres serán como ángeles, isángeloi (Lc. 20, 34; Mt 22, 30; Mc 12, 15). A pesar de que el monje permanece en su constitución corporal, vive, según San Juan Clímaco (PG 88, 6330), como si no tuviese carne: por ello su mérito es mayor. La virginidad es una vida en las "regiones supraterrestres" (Metodio de Olimpo, Symposion 8, 2), retorno a la vida del paraíso. Algunos griegos, siguiendo a San Gregorio de Nisa, consideran la vida del sexo como consecuencia del pecado.
Los ayunos monásticos, la sobriedad, las vigilias, se consideran como imitación del modo de vivir angélico. Los espíritus puros no comen ni duermen. Por ello piensa San Arsenio que una sola hora de sueño debería bastar a un monje, verdadero atleta de Dios (PG 65, 95). Puesto que los ángeles son perfectamente libres de todas las pasiones corporales, el monje aspira a una apázeia perfecta por la renuncia a todas las cosas de este mundo. Entre los espíritus no hay ni ricos ni pobres, todos participan de la riqueza de Dios. Así hacen también los monjes al observar la pobreza individual perfecta y al gozar según sus necesidades de los bienes del monasterio. Los ángeles son los ministros de Dios, ejecutores de su santa voluntad. Así también el monje, por la renuncia a la propia voluntad, bajo la obediencia se convierte en siervo de Dios. La verdadera caridad fraterna hace lo que hacen los ángeles, ayuda al prójimo en el camino de la salvación.
Pero entre las virtudes angélicas, en Oriente ocupa el primer lugar la contemplación. Los ángeles miran constantemente el rostro de Dios (Mt. 18, 10), y por lo tanto sirven de ejemplo a los que se alimentan con el "pan de los ángeles", es decir, la contemplación (Orígenes, De oratione, 27, 10). El monje es monje, dice Evergetinos (Synagoge, Constantinopla 1861, p.75), porque día y noche conversa con Dios y no piensa en nada más. La oración continua es la recuperación del estado paradisíaco, cuando el hombre vivía en la intimidad (parresía) de Dios, cuando "circulaba en las alturas" (meteoroporein: San Gregorio de Nisa, PG 46, 813).
La liturgia es una obra de los ángeles, cuyo deber principal es glorificar a Dios. Existen en las biografías de los santos muchos episodios que ilustran milagrosamente la unión de los monjes y de los ángeles en el oficio litúrgico. El modo de recitar los salmos alternativamente habría sido enseñado por los ángeles (Casiano, Ins. coen., 2, 5-6), los ángeles acuden para asistir a las alabanzas divinas en el monasterio, sirven o incluso celebran en la synaxis eucarística, sobre todo en el momento de la oblación.

d) La vida monástica es una vida de penitencia.
La necesidad de la penitencia incumbe a todos los cristianos; por otra parte, los monjes, por su profesión, pertenecen a aquellos "bienaventurados que lloran" (Mt 5, 4), llevando el hábito y la manera de vivir de personas que están de luto, como advierte San Basilio.
Si queremos entender por ascesis la purificación y el ejercicio en las virtudes y por mística la unión con Dios, entonces los monjes orientales, demuestran haber creído siempre con firmeza en el nexo inseparable entre ambas: la ascesis conduce con seguridad a la mística. Por este motivo se imponían no raras veces unas privaciones heroicas, y en general, prefieren hablar más de la mortificación que de la caridad, sabiendo que el fin y la meta de todos los ejercicios ascéticos es siempre el amor de Dios (cf. Teodoreto, Religiosa hist.: PG 82; 1397s).
Después de haber superado las tendencias encratitas, los padres reconocen gustosos el valor del cuerpo humano, "órgano del alma" (San Ireneo, Adv. Haer. II, 33, 4-5). Pero, por otra parte, insisten en la necesidad de sujetar y humillar a ese "amigo ingrato e insidioso" ( J. Clímaco, PG 88, 901), refugio de las pasiones. Lo mismo vale para el "mundo". Todas las cosas visibles han sido creadas para conducirnos a la contemplación de Dios. Pero los monjes no quieren olvidar la debilidad del hombre por el pecado; por ello predican más que la contemplación natural (de la que hablan los teóricos de la contemplación), la renuncia a todas las cosas y la mortificación de los sentidos. Ejercicios particulares de ascesis monástica son enumerados esquemáticamente por Eustacio de Tesalónica (De mendanda vita monástica: PG 135, 798); hubo monjes que no se cortaban los cabellos, que dormían sobre el duro suelo (jamaieynai), los descalzos, los desnudos (gymnetai), los cubiertos de barro (rypontes), los que no se lavaban (aniptoi), que no se lavaban los pies (aniptópodes), los silenciosos, los habitantes de grutas (stelítotai), los que llevaban cadenas (sideróforoi), los que vivían sobre columnas (stelítai), en los árboles (dendrítai), los sepultados bajo tierra (jostoi), los reclusos, los que estaban siempre de pie (stáois), los peregrinos, los necios por el amor de Cristo (saloi, jurodivyje) y, como advierte Eustacio, aquellos que de "mil modos diversos renunciaron al mundo".
Al término latino de ayuno corresponde al griego monofagia, que significa la limitación de los alimentos en la cantidad, por ejemplo, comer una sola vez al día. La zprooagia se parece a la "abstinencia" de los latinos. Pero hay muy diversos usos y varios grados de dicha abstinencia (por ejemplo, abstinencia sólo de carne, de huevos, de leche, etc.). En determinados días litúrgicos la xerofagia es prescrita a todos los fieles, mientras que para los monjes se considera la xerofagia cotidiana como cosa normal. Los rusos distinguen nueve grados distintos de abstinencia. Los monjes jacobitas alternaban siete semanas de ayuno con siete semanas de refección plena, pero la carne fue prohibida severamente por Rabula, obispo de Edesa (+435). Absoluta prohibición de la carne vigía también para los monjes nestorianos ("El monje que come carne comete el mismo pecado que si hubiese pecado con una mujer"). Entre los maronitas la severa xerofagia se practica por los solitarios, mientras que en los monasterios es posible la dispensa del obispo o de los superiores. Para los monjes armenios se permite el pescado en los días en que los simples fieles pueden comer carne. Los monjes coptos, viviendo fuera de la clausura, se pueden adaptar al uso de los fieles.

e) Los monjes orientales y el trabajo apostólico.
Cuando en el siglo pasado William Palmer interrogó a los monjes rusos acerca del apostolado recibió esta respuesta:
"La misión de los monjes no es el estudio ni el trabajo de cualquier tipo; su misión es cantar el oficio, vivir para la salvación de su alma y hacer penitencia por todo el mundo".
En referencia al código de Justiniano (Novella, 133), a menudo se ha creído que el monacato oriental fue exclusivamente de tendencia contemplativa. Pero hay una incomprensión. Cuando los teóricos del monacato afirman con San Basilio que el fin de la vida monástica es salvar el alma, subrayan este aspecto, es decir, que las obligaciones pastorales no derivan de la profesión monástica. Peron no se excluye que determinados monjes, y según Juan Crisóstomo tienen que ser sólo los que ya han alcanzado cierta perfección, se pongan al servicio del prójimo y de la Iglesia. Numerosos son los ejemplos de este servicio ya en el monacato antiguo.
Es interesante advertir a este respecto una institución especial entre los armenios. Vartaped fue llamado el monje que, después de haber realizado ciertos estudios superiores, era ordenado sacerdote y gozaba de determinados privilegios. El título es a la vez un grado académico y una función religiosa, aneja a la bendición y a la colación de la jurisdicción hecha por el obispo para predicar la doctrina. El nombre significa maestro, doctor. El monasterio de Kabeliansk fue un gran ateneo para la formación de dichos monjes.
A pesar de ciertas advertencias y precauciones, incluso canónicas, contra la estancia de muchachos en los monasterios, en realidad muchas escuelas célebres eran anejas a los monasterios bizantinos, algunas de grado universitario (como por ejemplo junto a San Mamante en Constantinopla, en la isla Andros, en el monte Athos) con grandes bibliotecas. La reforma de los monasterios rusos bajo Pedro el Grande impone la obligación de tener escuelas y orfanatos. Prescripciones semejantes contiene también el Concilio de Moscú de los años 1917-1918. Varios institutos de este tipo son dirigidos en Grecia por monjas.
"El alma del niño es todavía plástica y el hábito adquirido -por los ejemplos monásticos- le facilitará la elección del bien" (San Basilio, PG 31, 952-7).

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